Por Catalina Valencia (Cooperativa Desbordada y Estudios Nueva Economía), y Rodrigo Mundaca (Vocero Nacional de MODATIMA; Candidato a Gobernador V Región).
Artículo originalmente publicado en Le Monde Diplomatique
En un contexto de hostilidad y precarización sistémica de las condiciones de vida, reconocemos que existe una inmensa cantidad de trabajo que se articula en los hogares, en los barrios, y territorios, y que intenta, a pesar de todo, sacar adelante la vida de la mejor manera posible. Sin embargo, esto implica una compleja organización y distribución de las tareas, entre quienes componen redes de afectos y cuidados.
Esta organización y distribución de las tareas, responde a tradiciones sociales basadas en estereotipos de género y la mayoría se adscribe dentro de la división sexual del trabajo: donde los hombres suelen utilizar la mayor parte de su tiempo en la esfera visible, siendo remunerados y reconocidos por sus trabajos, mientras que las mujeres destinan la mayor parte de su tiempo en la esfera invisible donde no reciben pago. Ambas esferas componen la producción de valor dentro de las economías.
La esfera visible, que está compuesta por los empleos formales o informales pagados y por todos aquellos trabajos que se intercambian por dinero, se rige bajo lógicas mercantiles que distorsionan el valor real de los trabajos: pagan menos a aquellas labores esenciales para vivir, y pagan más a los sectores especulativos y destructores de las condiciones de vida de las mayorías. Además, esta esfera mercantil reniega el sentido de la interdependencia de la vida y la idea de que somos seres vulnerables, cuando es evidente que la fuerza de trabajo no se regenera sola. De esta manera, se apropia del valor que genera la esfera invisibilizada de la economía.
La esfera invisible, por el contrario, agrupa todos los trabajos en donde no se transan por dinero o intercambios monetarios, y que sostienen la fragilidad de la vida. Por ejemplo, las tareas que deben realizar las abuelas que cuidan guaguas para que las madres no pierdan los empleos, las cocineras de ollas comunes ante la falta de alimentos, las dueñas de casa que reconstruyen diariamente el bienestar físico y emocional de sus seres queridos, las comunidades diversas de ayuda mutua, las amistades que cuidan cuando otrxs se enferman, y también, las tareas que involucran el acarreo y la gestión eficiente del agua en zonas rurales, el aseo y la alimentación diaria, el acompañamiento en tareas escolares, hacer las compras, entre muchas otras.
Para la población estas dos esferas son parte de un mismo objetivo: la generación de bienestar para una vida digna. Sin embargo, la lógica económica capitalista y patriarcal que nos rige insiste en invisibilizar los trabajos no pagados que sostienen la vida. En este sentido, la misión que debe asumir cualquier proyecto político transformador es revertir esta lógica; visibilizar, reconocer y valorar el rol que tienen los cuidados en el bienestar social, posicionarse desde los cuidados para comprender dónde están las necesidades reales de las personas, y desde ahí construir nuevas posibilidades de vivir dignamente. Es decir, poner los cuidados en el centro de la política.
A pesar de las estrategias cotidianas de supervivencia en las que se sostienen las redes de afectos, los mayores obstáculos que enfrenta la población para alcanzar el bienestar tienen que ver con las múltiples formas de despojo que coexisten en sus territorios. En particular, en la región de Valparaíso éstas toman la forma de cordones industriales tóxicos, de mecanismos corporativos privados para el acaparamiento y robo del agua, de extractivismos de los ecosistemas, de empleos inseguros y precarizados, de sistemas en salud, vivienda, previsión y educación excluyentes y discriminatorios, del aprovechamiento de la enorme cantidad de trabajos de cuidados no pagados, entre otros.
Mientras más profundo es el despojo mayor es la carga y el ajuste que debe asumir la esfera invisible de la economía, y en ella las mujeres, para asegurar la sobrevivencia en condiciones dignas. Es por esto que, desde la agenda pública y la institucionalidad existente, se deben crear mecanismos que permitan, por un lado, conocer cómo se mueven y componen las redes de afectos, y por otro, proveer servicios públicos para descomprimir la excesiva carga de trabajos que tienen los hogares y que funcionan como dinamizadores de la economía pero que se encuentran precarizados y despojados de su quehacer político.
Entender cómo funciona esta articulación del tejido social es clave para diseñar políticas públicas que potencien y mejoren las condiciones en que estos arreglos se dan, ya que finalmente es allí donde se afirma gran parte de la vida. La futura gobernación regional de Valparaíso puede ser pionera y un ejemplo para el resto del país, ya que proponemos situar los cuidados como eje articulador de la agenda política. En ese sentido, resulta fundamental transformar los cuidados como parte central del quehacer político para destinar un valor relevante a esta actividad que es soporte importante del resto de actividades.