El modo de vida de los habitantes de Chiloé está en peligro, y la controversia con respecto a la causa de la reciente muerte de innumerables especies marinas no debe ser usada para dividir y atomizar al movimiento de los/as trabajadores/as chilotes/as. Su lucha en contra de las salmoneras se justifica desde todo punto de vista: la industria del salmón ocasiona una enorme cantidad de daños y perjuicios a los ecosistemas autóctonos y, además, ejerce un nivel de explotación elevadísimo en contra de sus trabajadores. Es completamente razonable, por ende, que los habitantes de Chiloé se levanten en contra de dichas empresas.
Ahora bien, tal como han sostenidos biólogos marinos independientes, la masiva mortandad de especies marinas puede tener como causa principal la disminución del nivel de oxígeno de las aguas, la que –a su vez– sería ocasionada por los desechos de la industria salmonera (mediante el proceso llamado eutrofización). Sin embargo, se debe tener presente que, aun cuando la fauna marina no estuviese muriendo de forma masiva, actualmente los/as pescadores/as seguirían siendo incapaces de acceder a los recursos naturales de los que dependen para sobrevivir, ya que la contaminación por marea roja impide su consumo(y, no está demás decirlo, ella no se explica por el masivo vertimiento de desechos realizado hace unas semanas).
La marea roja es –tal cual sostiene el Gobierno– un fenómeno natural, pero lo que éste omite de forma descarada es que el extraordinario nivel que ha alcanzado en la actualidad ha sido potenciado significativamente por el fenómeno de El Niño y el calentamiento global. Este último tiene como responsable a un tipo particular de organización político-económica de la sociedad: el capitalismo.
El cambio climático, y los desastres ecológico-económicos asociados, sonresponsabilidad de un modo de producción que tiene como objetivo primordial la elaboración y venta incesante, frenética, dispendiosa e irresponsable de mercancías, con la finalidad última de obtener ganancias. El esquema causal es el siguiente: los dueños de las empresas, que buscan incansablemente maximizar sus beneficios, se sirven de tecnologías energéticas que ocasionan un devastador incremento de los gases de efecto invernadero. Estos gases, a su vez, provocan una elevación de las temperaturas de ciertas capas de la atmosfera y, también, del mar, lo que –finalmente– desencadena la mutación catastrófica del clima planetario. En conclusión, la fuente de reproducción social de los pobladores de Chiloé ha sido devastada por el calentamiento global, ergo, por el capitalismo.
Ahora bien, es cierto que existen energías renovables que podrían sustituir al carbón y el petróleo, pero las actuales reservas de esos combustibles siguen siendo amplias y, hasta cierto punto, baratas, razón por la cual los dueños del capital no tienen interés alguno en abandonar su uso. Sin embargo, la principal razón por la cual no quieren –ni pueden– cambiar de matriz energética, es el hecho de que las fuentes renovables no son capaces de proveer la enorme cantidad de energía que necesitan sus industrias para mantener su ritmo de producción desbocado e irracional.
Tanto el capitalismo como los socialismos burocráticos comparten la característica de ser productivistas. La diferencia, no obstante, radica en el comportamiento particular de las clases dominantes en cada caso. En el capitalismo, la meta de los empresarios ha sido –y continúa siendo– obtener y acumular ganancias; en los socialismos burocráticos del siglo pasado, en cambio, los directores de empresa incrementaron los índices de producción de sus respectivas industrias, sin atender a si la cantidad de producto que entregaban era efectivamente el que requerían los demás sectores de la economía y, sobre todo, si era compatible con las restricciones ecosistémicas. El objetivo subyacente de aquellos burócratas, era que no disminuyeran los recursos enviados por el órgano central de planificación a sus respectivas empresas, ya que sus primas y recompensas personales dependían de entregar una cantidad cada vez mayor de producto.
Con la extinción de los socialismos burocráticos de antaño (a causa de la conversión de las elites burocráticas en elites empresariales, tanto en Rusia como en China), tan solo queda un modo de producción en pie: el capitalista. La irrefrenable búsqueda de ganancias incita a los empresarios a producir cada vezmás mercancías –según de qué rama económica se trate, esencialmente iguales entre sí– y, al mismo tiempo, a dotarlas de una vida útil cada vez menor. Laobsolescencia programada es una característica intrínseca del capitalismo, ya que permite poner en marcha una acelerada espiral de extracción de recursos naturales, producción de bienes de baja calidad y cuasi-desechables, y –por último– un consumo basado en el endeudamiento, todo lo cual deja, al final del ciclo, una estela de contaminación y depredación insostenibles. La repetición incesante de este proceso ocasiona daños ecosistémicos cada vez más profundos e irreparables. Este, y no otro, es el mecanismo fundamental mediante el cual opera el capitalismo y, más allá de las buenas intenciones que puedan albergar los reformistas que quieren dotarlo de sustentabilidad (como, por ej., el excandidato presidencial Alfredo Sfeir), su lógica inherente es imposible de ser contenida o transmutada.
El empresariado, como clase social, no tiene la capacidad de ponerle un freno a su afán expansivo. Le es imperioso acumular capital sin importar las barreras o límites estructurales que la biosfera terrestre posee. En este sentido, aun cuando hay empresarios que se autodeclaran “verdes”, el sistema capitalista, como un todo, carece de los medios para respetar los ciclos de regeneración ecosistémicos: para mantenerse vigente, cada empresario debe tratar de acelerar el ciclo de producción al máximo, ya que la competencia le acecha de forma constante.[1]Esta es la razón de que su máscara conservacionista solo pueda expresarse de manera burda y tosca: allí donde había una cantidad de riqueza natural inmensa, evaluada en términos de biodiversidad, tras el paso del capital queda un rastro de –en el mejor de los casos– monocultivos de especies foráneas, y –en el peor– ecosistemas yermos y decadentes que impiden la reproducción satisfactoria de especies autóctonas (la fuente de vida de millones de seres humanos que aún viven en zonas rurales).
La actual crisis que vive Chiloé tiene causas de origen sistémico y global. O sea, son propias de este modo de producción y afectan al planeta entero. No puede ser analizada, por ende, como si fuera una cuestión territorial acotada. Es el resultado de un modo de producir, distribuir y consumir que pone los intereses de una pequeñísima minoría de la población mundial por sobre los de la vasta mayoría, la que –dicho sea de paso– no puede sobrevivir sino es a condición de venderse, a cambio de un sueldo, como fuerza de trabajo en el mercado.
En este sentido, sería extremadamente lamentable que el movimiento de trabajadores/as perdiese de vista el bosque al centrar su atención solamente en los árboles que tiene en frente. “Escoger” un enemigo principal contra el cual luchar –sean las salmoneras o el calentamiento global– constituye un error estratégico extremadamente peligroso, ya que se trata de una falsa disyuntiva. Si se dejase de lado la responsabilidad de las salmoneras en la crisis socioecológica de Chiloé, en el futuro cercano tendremos asegurada una explotación cada vez más intensa y rapaz de los/as trabajadores/as y el medio natural, pero si se llegase a pasar por alto el problema central –el cambio climático y su nexo con el capitalismo–, a mediano plazo seremos víctimas de una debacle ecológico-económica de proporciones nunca antes vistas.
Por todo lo anterior, resulta esencial que la izquierda con vocación anticapitalista adquiera consciencia de lo urgente que es tomar medidas drásticas y radicales con respecto al problema del cambio climático. Los supuestos avances delProtocolo de Kioto son, a todas luces, insuficientes, máxime cuando se toma en cuenta que la reducción de las emisiones de los países con un alto PIB es contrarrestada por el aumento de las de aquellos que, en la actualidad, llevan la batuta en la producción industrial de mercancías, las que –paradójicamente– son exportadas a, y consumidas preferentemente en, EE.UU. y Europa Occidental.
Lo que está experimentando Chiloé es solo una pequeña muestra de lo graves que serán las siguientes crisis ecológico-económicas que el IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU) ha venido pronosticando en los últimos años. Los mejores científicos a nivel mundial hace mucho tiempo que han sonado la alarma; es completamente urgente y necesario que los/as trabajadores/as que aún conservamos un espíritu crítico independiente, y una vocación anticapitalista, denunciemos incansablemente la debacle socio-ecosistémica que el capitalismo ha puesto en marcha, y –lo más importante– que nos organicemos local y globalmente para enfrentar las nuevas crisis que, sin lugar a dudas, están por venir.
[1] Recordemos que en el capitalismo, la producción no pretende –como meta principal– satisfacer las necesidades de consumo de los seres humanos, sino quevender y acumular. A los capitalistas les conviene sobremanera acortar deliberadamente la vida útil de los bienes de consumo, ya que de esa forma pueden acelerar el ritmo de producción, venta y acumulación de capital.Daniel Silva Escobar
Sociólogo y Miembro de Estudios Nueva Economía