Nacer, Crecer, Comprar, Botar y Morir: La Obsolescencia Programada y la Sociedad de Consumo

Nacer, Crecer, Comprar, Botar y Morir: La Obsolescencia Programada y la Sociedad de Consumo

A más de alguno de nosotros le ha sucedido que hablando con nuestros padres o con mayor probabilidad, hablando con nuestros abuelos, escuchamos frases tales como: “… Estas cosas, ya no las hacen como antes…”. Algunas veces, “… Ese refrigerador lo tengo desde que me casé…”. Y con mayor frecuencia en nuestros tiempos “… Estas porquerías chinas me duran nada, no como esa lavadora del año…”

Todas estas, situaciones cotidianas en donde nos damos cuenta del hecho que la experiencia reconoce un proceso silencioso que afecta directamente nuestro diario vivir y ciertamente ha determinado nuestra manera de concebir la relación que poseemos con los productos y servicios: comprar para desechar, para luego comprar algo más nuevo, más atractivo, algo más para tirar. Es decir la profunda creencia que poseemos que todo lo que compramos está destinado a ser obsoleto más temprano que tarde.
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El éxito que ha tenido este modelo de consumo-producción, en su propagación a través de de los países industrializados y con mayor énfasis en los países en “vías de desarrollo” (caracterizados típicamente por un alto porcentaje de la población con hábitos de compra de tipo aspiracional, dada la promesa que tienen como sociedad del progreso económico), se centra en dos pilares fundamentales, que tienen la destacable característica de ser un circulo lógico de comportamiento simbiótico.
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El funcionamiento es intuitivamente obvio, para cualquiera que haya visitado un centro comercial. En primer lugar debe existir una premisa-promesa permanente hecha a la ciudadanía, cuál político en períodos electorales: posibilidad de acceso masivo a todos los ciudadanos a bienes de consumo que aumenten su felicidad, status, confort o como típicamente se condensa en Economía, “bienestar”. Mientras que por otro lado, este consumo masivo, presupone una situación ventajosa para fabricantes y comerciantes en general, por cuanto existe un mecanismo de demanda permanente, que busca consumir a bajos precios, lo que incentiva a producir bienes baratos para capturar dicha demanda, y por cuanto esta demanda se ha señalado permanente sin importar la calidad de productos, esta masa seguirá comprando y desechando, por tanto si lo hace con mayor frecuencia, mayores serán las utilidades por ventas que estos posean. Luego existen incentivos a una disminución de costos de fabricación, a una disminución de la calidad de los bienes transados o bien a la generación de estrategias que busquen reforzar la permanente búsqueda por productos, un poco mejor, un poco más nuevos, un poco más distintos (pero, siempre igual de defectuosos).
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Detrás de la lógica del funcionamiento de este modelo, se encuentran esfuerzos mancomunados que actúan complementariamente para así dar sustento práctico al círculo descrito. Podemos distinguir esfuerzos ingenieriles en donde ponen la tecnología a disposición de la programación predeterminada de la vida útil de los productos y por tanto a la detección de “fallas” pre-programadas para ellos. Caso emblemático es la industria tecnológica, tal como las primeras versiones del Ipod (Apple) que contaban con una dotación de recargas fijas para una batería irremplazable, lo que obligaba a la reposición completa del aparato, además del ya mencionado en columnas anteriores, caso de las impresoras con número de impresiones limitadas. También existen esfuerzos comerciales y de comunicación (muchas veces mal llamado marketing) que buscan determinar dinámicas de desecho de producto, mediante estrategias alternativas a la de fabricación, como el estudio del ciclo de vida de los productos, y de manera más grotesca con la utilización de conceptos tales como modas, temporadas, colecciones en las industrias de vestuario y volviendo al caso de la tecnología y sus sospechosamente sistemáticos lanzamientos anuales. Hijo ilustre nuevamente es Apple, con su Ipad 1, 2, 3 y seguimos contando (y comprando, los que pueden por supuesto). Todos los anteriores, esfuerzos constantes en determinar un periodo de perecibibilidad para toda mercancía (incluso llegando al área de los servicios) de manera de fomentar erróneamente el consumo.
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Más allá de los incentivos bilaterales planteados en un principio por parte de los agentes, que no son más que una consecuencia del modelo imperante, existe una base económica que justifica los alcances que pueda tener, bajo la arraigada creencia compartida tanto por los modelos liberales y keynesianos sobre la principal motivación de crecimiento para el corto plazo basada en la estimulación del consumo agregado como principal variable de incidencia en la producción de una región, dada una propensión marginal a consumir que en términos agregados, es inversamente proporcional al nivel de riqueza (dotación destinada típicamente a consumo y ahorro) de los individuos dentro de la sociedad en cuestión (esto dado que la población de menores recursos no tiene capacidad de ahorro, por tanto consumo la mayor parte de su ingreso). No es difícil ver, como esto afecta por ejemplo a países latinoamericanos en vías de desarrollo dado la alta composición de sectores bajos y medios según nivel de ingresos relativos de sus sociedades.
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Esto pareciese en términos netos, no ser un mecanismo tan descabellado, pero he aquí el error de muchos economicistas al parecer haber extrapolado este mecanismo, a una suerte de juego repetido a través del tiempo, y por tanto haber determinado una estrategia de desarrollo económico sustentable bajo el paradigma anterior.
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Consistentemente esto se ha sumado a la creencia casi fundamentalista de los economistas de derecha, que ven en el mercado una forma de organización eficiente, en cuanto lo que “no sirve sea desechado”, como justificación para dar paso a la innovación. Sumado a una visión contemporánea cortoplacista para la mayoría de los ejecutores de lides económicas, llevan a que el modelo proclamado bajo la obsolescencia programada tenga un sustento teórico más que vasto.
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Creencias como las anteriormente señaladas han calado en lo profundo de la sociedad de consumo occidental, pero revisten de una profunda contradicción que a buena hora estamos tomando cada vez más conciencia. Lo que se ha manifestado en los últimos dos años, con una generación de manifestaciones masivas a nivel mundial para dar cuenta de un sistema ya no considerado perfectible, sino de plano equivocado para aquellos más radicales y para los menos, al menos presenta bastantes suspicacias.
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La principal falla de este modelo radica en ser considerado sostenible en el tiempo. En primer lugar no es difícil notar que en el largo plazo, el gasto masivo por bienes de consumo no necesariamente conlleva a un mayor crecimiento de las economías y por tanto, el señalado desarrollo que se propugna no existiría .Y en segundo lugar, pero no menos importante esta estrategia de “despilfarro” claramente rompe con una de las premisas básicas de las que parte la ciencia económica: Los recursos son limitados. Lo que no sólo vale para los individuos y sus canastas de consumo, sino que a nivel global esta estrategia se volverá insostenible dado el nivel de explotación de recursos naturales en el mundo y los niveles de contaminación generados por una casi inimaginable cantidad de desperdicios, producto del output final de este modelo de consumo-producción. Lo que es peor, esto afecta de manera más agresiva a países “vertederos” del resto “del progreso mundial”, que coinciden con ser aquellos en donde el “desarrollo” parece muy lejano.
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Sólo para tener una idea de las magnitudes un ciudadano europeo promedio genera aproximadamente 45 Kg. de basura diarias, mientras que uno africano lo hace en menos de la cuarta parte del anterior. Esto sumado a que a nivel mundial la población de países considerados ricos consume hasta 10 veces más recursos naturales que un país “pobre” por habitante, según cifras de las organizaciones francesas, Centro Nacional de Información Independiente sobre los Residuos (CNIID) y Les Amis de la Terre. Recientemente esta última institución ha presentado el informe “L’obsolescence programmée, symbole de la société de gaspillage”, que presenta los mayores desafíos a futuro dirigidos a una reorientación del sistema productivo y la introducción de conceptos como el consumo ético.
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Maximiliano Acevedo
Estudios Nueva Economía

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