“Los pobres, marginados y excluidos son los rostros humanos de las patologías de una sociedad enferma”
Carmen Bel Adell
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Nos hemos acostumbrado a que exista pobreza en nuestros países, en nuestros barrios, no nos acongoja ver a vagabundos pidiendo limosna, ni siquiera saber que existen más de tres millones de personas que viven bajo la línea de la pobreza, es decir con menos que unos miserables $64.134 per cápita[1]. Simplemente se lo dejamos al sistema, que el crecimiento económico se haga encargo de ello.
Pero ni siquiera nos preguntamos por qué debemos aceptar que un sistema produzca familias que no tienen las oportunidades para poder acceder a todas las necesidades básicas de consumo. Es curioso, puesto que muchos políticos se esmeran en sus discursos prometiendo disminuir la pobreza, pero nunca se plantean eliminar el sistema que produce pobreza. Se dedican a generar un parche sobre una herida que es provocada por otro elemento, y que lo seguirá haciendo.
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Es sorprendente que no nos remuerda la conciencia el saber que existen más de treinta mil familias que viven en campamentos en nuestro país, incluso en nuestras mismas comunas en donde vivimos. Seguramente esto ocurre porque no lo consideramos un problema nuestro, no nos duele saber que otras personas viven sin alguno de los servicios básicos (alcantarillado, agua potable o energía eléctrica) con situación irregular de tenencia del terreno en donde viven[2]. Muchos de nosotros nunca visitaremos un campamento, no sabremos que existen y que gente vive en esas condiciones. Claro, en la televisión de vez en cuando muestran algunos campamentos, pero se lo dejamos a los políticos, total, ellos hacen la pega.
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No creo que el fenómeno de la pobreza no sea un tema primordial para los políticos, de hecho, gracias a las políticas implementadas, desde 1990 hasta ahora, la pobreza ha disminuido desde un 38,6% a un 15,1% en el año 2009, pero sí creo que las herramientas que están usando actualmente no son eficientes, o si lo fueron, ya dejaron de serlo.
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Su fe ciega al modelo económico imperante en la actualidad hace que implementen políticas que no van en la dirección correcta. Primero, ellos apuestan a que el crecimiento económico combata y elimine la pobreza. Lo anterior, pues la evidencia empírica lo avala. En el período de mayor reducción de pobreza, el crecimiento económico contribuyó con alrededor de un 80% a tal reducción, y probablemente el 20% restante se deba a políticas enfocadas directamente a la pobreza[3]. Pero sin duda alguna esto es debatible dado la situación actual del país. En aquella década de crecimiento esplendoroso, nuestra económica se encontraba lejos de su estado estacionario, por lo que el crecimiento se hace más inminente y con ello la disminución de la pobreza. Hoy en día, en donde Chile posee un PIB per cápita que se acerca al mínimo para ser un país desarrollado, vemos que muchos de estos países aún tienen una batalla con la pobreza. Lo que quiero decir, es que a medida que la economía se acerca más a ser desarrollada, el crecimiento económico aportará cada vez menos a la lucha contra los males provocados por el mismo sistema, y deberán tomarse otras políticas para seguir avanzando. Richard Wilkinson en su conferencia “How economic inequality harms societies”[4] nos enseña una serie de datos en donde se puede evidenciar que en los países desarrollados, el PIB no tiene relación alguna con la desigualdad, por lo que se puede deducir que generar políticas en aumentar el PIB per cápita del país, no contribuiría a disminuir la desigualdad.
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Si el país no está dispuesto a poner en duda el sistema capitalista, entonces se deben utilizar herramientas que disminuyan la violencia que genera la economía neoliberal en las personas. Es decir, más participación del Estado. Si el sistema provoca pobreza, entonces que el Estado se encargue de minimizar este fenómeno (a mi parecer nunca la acabará, puesto que el modelo mismo crea esta pobreza, y mientras exista el modelo, también existirá sus problemas).
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Segundo, los políticos utilizan la herramienta cortoplacista de los subsidios para enfrentar el fenómeno de la pobreza. Con esto logran quizás reducir la pobreza en las familias para las encuestas, pero sin embargo, las familias están expuestas a un tremendo riesgo de caer nuevamente en pobreza en un período próximo. Los investigadores del tema le llaman a esta situación vulnerabilidad. En nuestro país, entre la década de 1996 al 2006, 1 de cada 3 hogares fueron vulnerables, lo que denota la condición desfavorable que vive gran parte de la población, al tener que lidiar con un constante riesgo de caer en pobreza[5]. De hecho, los siete primeros deciles de la distribución de ingreso tienen una alta movilidad, por lo que podrían perfectamente llegar a ser pobres en algún período[6].
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En Santiago hay casi un 40% de familias que viven en situación de vulnerabilidad. Dentro de estas familias vulnerables, pueden distinguirse los pobres crónicos (2%), pobres no vulnerables (10%) y no pobres vulnerables (27%). El primer grupo posee una escasa probabilidad de salir de la pobreza por sus propias capacidades. Las familias que son consideradas como pobres crónicos guardan un gran historial de pobreza relacionado con un bajo capital productivo. El segundo grupo, aunque están en situación de pobreza, poseen una alta probabilidad de dejar de serlo en el futuro. Aquellas familias que se catalogan como pobres no vulnerables, enfrentan una pobreza de tipo coyuntural o transitoria posiblemente relacionada con el impacto de un shock negativo. Finalmente, el tercer grupo corresponde a un grupo de hogares que posiblemente enfrentan un shock positivo que lo mantiene temporalmente por sobre la línea de la pobreza, sin embargo de sufrir pequeñas variaciones en términos macro o micro sociales enfrenta una altísima probabilidad de caer en pobreza[7].
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Al primer grupo, al ser pobres crónicos, se hace necesario políticas asistenciales como lo son los subsidios. Al segundo grupo, como son familias pobres que tienen alta probabilidad de dejar de serlo, una política asistencial sería irresponsable, puesto que tienen el potencial para adquirir un mayor capital y salir definitivamente de la pobreza. El tercer grupo, al no estar en pobreza, pero tener una gran probabilidad de serlo, se requiere de políticas preventivas y no coyunturales.
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Se evidencia que solo un 2% de las familias vulnerables debiese recurrir a políticas de subsidios coyunturales, y el resto a otros tipos de herramientas como de prevención y de acumulación de capital. Sin embargo, lo que ocurre actualmente, es que un gran porcentaje de las políticas que enfrentan el fenómeno de pobreza son políticas de subsidio, siendo la herramienta estrella de los políticos.
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Tercero, los políticos en su afán de proteger el modelo neoliberal, buscan privatizar la mayor cantidad de servicios que el Estado debiese producir, cosa de poder disminuir su labor, y así también obtener beneficios privados de estos servicios. Las personas que viven en situación de pobreza y vulnerabilidad, necesitan con urgencia aumentar su capital humano, y la herramienta más óptima para esto es entregarles una educación de calidad. Solo así, las familias pobres podrán estar en mejores condiciones para enfrentar al sistema (insisto en la idea de que si el pueblo no tiene intenciones de poner en duda la continuidad del sistema neoliberal, no nos queda otra cosa más que crear herramientas para minimizar los daños que provoca el sistema a las familias).
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Por las razones recién mencionadas, los políticos no tienen la menor intención de entregar una educación pública (que es la educación a la que acceden las familias que viven en pobreza y pobreza crónica) de calidad. Solo están dispuestos a entregar educación subvencionada o privada, pero no de calidad, puesto que calidad implica mayores costos y para los privados no les es rentable y les es riesgoso impulsar un liceo de calidad en barrios vulnerables.
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Los políticos debiesen facilitar las condiciones para entregar una educación de calidad y gratuidad para todas aquellas familias que viven en situación de pobreza y en vulnerabilidad, pues solo así esas familias aumentarían su capital humano a tal nivel que la sociedad los valoraría. Para esto, el Estado debiese entregar el servicio de educación pública de calidad y gratuita en todos sus niveles para nuestras familias pobres, cosa que está lejos de ocurrir pues los políticos no tienen la menor intención de hacerlo.
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Para finalizar este artículo, me queda señalar que si no existe una real disposición de cambiar el enfoque que se está llevando hoy en día en relación a cómo se está enfrentando el fenómeno de la pobreza, nunca esta dejará de existir. Es importante que comencemos a sentir la pobreza como un real problema, no el problema de algunas familias, sino que un problema nuestro, de cada uno de los ciudadanos de nuestro país, de cada uno de los integrantes de nuestro planeta.
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Felipe Gajardo
Estudios Nueva Economía