Keynes: el cambio de paradigma inconcluso

Keynes: el cambio de paradigma inconcluso

El pasado domingo 5 de junio se cumplieron 133 años desde el natalicio de uno de los economistas más influyentes del siglo XX, John Maynard Keynes. Considerado el fundador de la macroeconomía moderna, es innegable su aporte a la teoría económica, así como su influencia en las políticas económicas de recuperación posteriores a grandes crisis.

El principal aporte a la teoría económica de Keynes surge en el contexto de la gran depresión (1929-1930), donde las potencias mundiales, Estados Unidos e Inglaterra, se encontraban devastadas por la crisis y las consecuencias de guerra y la teoría económica dominante de ese entonces no era capaz de identificar soluciones a los problemas que el capitalismo enfrentaba, lo que minaba la confianza de las explicaciones ortodoxas.

Keynes se convirtió en uno de los primeros economistas que, junto con proponer una alternativa a la teoría económica clásica, fue escuchado por los hacedores de política, ya que sus primeras obras más importantes (Las consecuencias económicas de la paz, 1919; Una revisión del Tratado, 1921) trataron de arreglos económicos que siguieron a la guerra y de los problemas monetarios del periodo posbélico (Blaug, 1985).

Entre sus postulados estaba que, para poder alcanzar un nivel de pleno empleo, era el gobierno el que debía intervenir con políticas económicas expansivas para reactivar la economía. Fue así como se vio en la necesidad de revisar el funcionamiento del Estado y modificar, en consecuencia, la doctrina del laissez faire para estabilizar el nivel de actividad económica (Roll, 1994). Luego de Keynes no se podría seguir creyendo en la tendencia automática de la economía de mercado libre a generar el pleno empleo, es así como la revolución Keynesiana marcó el verdadero final de la “doctrina del laissez faire” (Blaug, 1985, pp. 717).

Recordemos que, anterior a esto, la doctrina económica prekeynesiana dominante correspondía a la teoría de los economistas clásicos, quienes apostaban por un funcionamiento libre del mercado, el cual regularía tarde o temprano cualquier desequilibrio dentro de la economía, haciendo innecesaria la presencia de los gobiernos en materia económica. No cabe duda entonces que Keynes fue un precursor de una nueva manera de pensar la economía capitalista, dado que sus políticas intervencionistas permitieron, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y principios de la década de los 70, que las principales economías a nivel global permanecieran con importantes niveles de crecimiento, a lo que se le llamó “la edad de oro del capitalismo”.

Una de las frases más conocidas de Keynes es que “en el largo plazo, todos estaremos muertos”, porque decía que el largo plazo es una guía inadecuada para estudiar los sucesos actuales. Algo que al parecer los economistas siguen replicando en la práctica. Keynes veía el futuro lleno de incertidumbre, de hecho, como dice Nasar (2013), Keynes aseguraba que el gran peligro del capitalismo no estaba en la desigualdad sino en la inestabilidad. Para él, la desigualdad no radicaba en la brecha entre ricos y pobres, sino en las ganancias y pérdidas inesperadas. Algo que hoy en día es común en el sistema económico, debido a la incertidumbre de los mercados financieros y los precios de los commodities, ambos pilares fundamentales de la economía mundial actual.

Luego de la gran depresión, ha habido una sucesión de crisis económicas a nivel global como la crisis del petróleo (1973), el tequilazo (1994), la burbuja de las compañías punto com (2001), siendo la más reciente la llamada crisis subprime en el año 2008. La razón principal de esta crisis se debió a la gran incertidumbre que existió en el mercado financiero, específicamente a la enorme burbuja especulativa ligada a los activos inmobiliarios, desregulación financiera y bajas tasas de intereses y lo más paradójico es que esta crisis tomó por sorpresa totalmente a la mayoría de los economistas. Pero también, como dice el economista heterodoxo Ha-joo Chang, “tampoco han podido encontrar soluciones viables a los constantes coletazos de dicha crisis”.

De este modo, resulta fundamental preguntarse qué está pasando con los manuales económicos de los países que, al igual que en la época anterior a la gran depresión, no son capaces de dar respuesta a los problemas que el sistema económico actual está teniendo continuamente. En la actualidad, estos “manuales” están regidos por la teoría económica neoclásica, pero la realidad es compleja y es imposible analizarla a partir de una sola teoría. Las diversas teorías económicas conceptualizan las unidades económicas básicas de distintas maneras, plantean preguntas diferentes e intentan responderlas mediante diferentes herramientas analíticas, por lo tanto, y como dice Chang: “Al que solo tiene un martillo, todo le parecerán clavos”. El problema es que la mayoría de las veces se necesita un arsenal de herramientas para poder solucionar los problemas.

En el natalicio de Keynes, precursor de las políticas contracíclicas, es sumamente necesario preguntarse si hay que llegar precisamente a una situación tan catastrófica como la de 1929, porque en las crisis posteriores a la gran depresión, siempre se ha vuelto a la teoría keynesiana, lo que se traduce nada más que en caer en el mismo ciclo de parchar la economía cada vez que hay una falla. Es necesario preguntarse si realmente se está dispuesto a sacrificar empleos, provocar crisis alimentarias, grandes reducciones en la producción teniendo como consecuencia presupuestos sumamente austeros (como se han aplicado últimamente en Europa) y desestabilidad económica y política. Resulta imprescindible que los hacedores de políticas tengan conocimientos de una amplia variedad de teorías económicas, más allá del Keynesianismo y la economía Neoclásica, ya que solo así se podría prever una situación tan crítica o peor a la que se vivió el 2008, así como también aumentar la efectividad de políticas sociales.

 

Roberto Cárdenas

Miembro Estudios Nueva Economía

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