Sobre “Cosas Estúpidas”, columna aparecida en El Mostrador

Sobre “Cosas Estúpidas”, columna aparecida en El Mostrador

Hace unos minutos me encontré con una columna titulada “Cosas estúpidas” publicado en El Mostrador. Al respecto, creo que es necesario reflexionar y no dejar pasar ciertas “verdades” que el autor considera en su argumentación.

“En palabras de Smith, en un mercado competitivo las personas que persiguen sus propios y a veces mezquinos intereses son tomados como por una mano invisible y llevados a beneficiar el interés de la sociedad. Lo anterior, a pesar de que no tengan el más mínimo interés de hacerlo.”

Cierto, bajo determinadas circunstancias. Por ejemplo, John Nash Jr. en el 50 demostró que Smith estaba equivocado en innumerables situaciones, pues no consideraba la interacción estratégica que poseen los agentes, lo que daría pie a la teoría de juegos no-cooperativos y su introducción en la economía que posteriormente le siguió. El punto clave aquí, es que la mano invisible funcionaría solo si los mercados fuesen “perfectos” i.e. bienes homogéneos, perfecta y completa información, mercados atomizados de agentes, entre otros. La realidad, lamentablemente, dista mucho de este escenario idílico.

“Hace mucho que la economía zanjó la cuestión respecto de quién debe producir y de cuánto producir. ¿Debe ser una institución sin fines de lucro? La respuesta es un no rotundo. Ni el desinterés, ni la solidaridad, ni la bondad, en caso de que estas organizaciones tuvieran genuinamente esos intereses, son capaces de indicarnos qué y cuánto debe producir una empresa.”

Falso. Es cierto que fue zanjado, pero, lo que no suele decirse es que fue bajo los supuestos de una economía perfectamente competitiva. Si estamos en una economía perfectamente competitiva, entonces el autor está en lo correcto: la búsqueda del beneficio personal debiese llevar al óptimo social. Sin embargo, habría que ser ciego para creer que el “mercado” de la educación es un mercado perfectamente competitivo. Utilizar el instrumental económico de competencia perfecta para analizarlo y argumentar sobre él, es por lo tanto un error.

“El crimen cometido es muy grave: ellos gestionan mejor sus colegios que los manejados por el Estado. Son mejores, tienen más calidad. Peor aún, los padres chilenos los prefieren a los estatales. Para la burocracia estatal de turno es muy difícil aceptar estas verdades.”

El punto de comparación es sencillamente ridículo. En general, cualquier colegio sería mejor administrado que como se estaban administrando, en promedio, los colegios públicos por las municipalidades. Bajo su mismo argumento, las municipalidades tienen miles de preocupaciones más que un sostenedor del colegio, hombre de clase media como él autor lo describe, cuyo único fin es administrar el colegio. Aun así, ¿tiene mejor calidad un colegio subvencionado que uno público (municipal)? Hasta donde yo tengo entendido, no existe evidencia alguna que diga que un colegio subvencionado sea mejor, en promedio, que uno municipal. Esto es, ajustando por el hecho que los colegios subvencionados tienden a seleccionar a los alumnos, y entonces, discernir el impacto que tiene el colegio sobre el rendimiento de estos está demasiado sesgado por las capacidades que los alumnos poseen con anterioridad. El problema no es un tema de lucro o no, el problema es que el Estado abandonó los colegios de los cuáles debió preocuparse deliberadamente, entregándoselos a las municipalidades. En términos económicos, el estado nunca compitió y, por tanto, en este terreno, cualquier opción para los padres era mejor que el colegio público. Los colegios públicos eran muy malos, no era que los colegios subvencionados fueran extremadamente buenos.

Para terminar esta breve nota, hay dos temas de la columna que me parecen preocupantes.

El primero tiene que ver con la tergiversación de los argumentos económicos. La mayoría de los economistas sabe, desde hace ya unas décadas, que todo lo que se diga o afirme depende de los supuestos o el escenario que uno esté discutiendo. Parece en cierto sentido irresponsable, siendo economista, argumentar sin darle un contexto real a lo que se está analizando y extrapolar los análisis con tanta simpleza.

El segundo, tiene que ver con la insistencia en utilizar el instrumental de competencia perfecta para explicar el comportamiento de toda la sociedad, en circunstancias inadecuadas. Los mercados de competencia perfecta no nos sirven para analizar cada situación posible, como Keynes mostró hace más de 60 años.

Esperemos que por el bien de la educación de las generaciones que vienen, se tenga más cuidado al enfrentar los temas, sobre todo aquellos tan relevantes como la educación o la salud, y no se caiga en una obsesión enfermiza de querer explicar todo desde una única perspectiva.

Alvaro Silva
Estudiante Magíster en Economía Aplicada, Universidad de Concepción
Colaborador de ENE

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