Estudiar desde una dimensión subyacente del género al momento de analizar los fenómenos económicos es lo que diferencia a la economía feminista de otras corrientes, tanto la tradicional como otras escuelas alternativas. La conceptualización del ser humano es una crítica fundamental hacia la corriente tradicional en economía, además de diferir en el énfasis de las metodologías cuantitativas. De esta manera, cuando la generación de ingresos y la acumulación de capital son las principales prioridades de la sociedad capitalista, la economía feminista busca satisfacer las necesidades humanas y entregar bienestar, de modo de crear una nueva concepción de economía y trabajo, ya que la concepción actual solo considera relevantes los aspectos mercantiles y olvida a los hogares como un espacio de actividad económica esencial para el funcionamiento del sistema.
Hoy en día el sistema económico es capitalista y patriarcal, lo que hace que la economía feminista tome posiciones y defienda la necesidad de una transición hacia otro tipo de sociedad, basada en la reorganización de los tiempos y trabajos de forma más equitativa.
Es curioso que economistas y estudiantes de economía no conozcan o no hayan escuchado sobre la economía feminista, y esto sin duda se debe a que los planes curriculares están sesgados con la corriente dominante en economía. Es más, la economía del hogar propiamente tal ni si quiera se considera como un problema al momento de estudiar economía.
LA ECONOMÍA FEMINISTA Y LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA POBREZA.
El término economía feminista nace formalmente a principios de la década de los 90 y cuestiona atributos centrales de los aspectos predominantes de esta disciplina. Su principal cuestionamiento consiste en una crítica al sesgo androcéntrico de la economía, es decir, a concepciones del mundo y las ciencias sociales centradas desde el punto de vista masculino. Ante esto, intenta definir de manera más amplia lo económico, prestando atención a las tareas hogareñas “invisibilizadas” que han sido necesarias para sostener a los distintos sistemas económicos a lo largo de la historia y que han sido realizadas principalmente por las mujeres. Por tanto, desde la visión feminista, no se depende solo del salario, hay más esferas de generación de recursos, entre ellos una muy importante, el hogar, debido a que permite la sostenibilidad de la vida.
De esta manera, la economía feminista propone reposicionar a las mujeres como agentes económicos y mostrar las relaciones de género como relaciones sociales de poder (Espino, 2010). Esto significa algo más allá de incluir a las mujeres en el marco de supuestos económicos legitimados de la disciplina, sino que desafiar el orden social existente que la corriente principal u ortodoxa (mainstream) de la economía ha contribuido a “construir y legitimar sutil y cuidadosamente” (May, 2002).
La racionalidad es uno de los supuestos que critica esta economía, ya que es una racionalidad sesgada a priori por concepciones de género (espino, 2010) (sesgo androcéntrico), tratándose –en todo caso- de racionalidad masculina, ya que es el hombre el autónomo e independiente para poder tomar decisiones económicas, desplazando a las mujeres a un plano inferior, considerándolas como esposas o madres dentro de una familia, como trabajadoras menos productivas que los hombres en el trabajo y dependientes económicamente de sus maridos los cuales asumen el rol de homo economicus (Carrasco, 2006). Porque en la teoría económica, dentro del hogar surgirán algo así como ventajas comparativas, donde cada miembro del hogar se especializará en lo que mejor sabe hacer, esto quiere decir, al hogar o al mercado. En la actualidad vemos que son las mujeres quienes se dedican principalmente a las labores del hogar, evidenciando que esas ventajas comparativas no son más que una muestra de las relaciones de poder que existen en la sociedad.
Uno de los temas más relevantes que pueden analizarse a través de la economía feminista es la pobreza. Según este enfoque, la pobreza es un fenómeno multidimensional, que trasciende una visión simplista y estática. Es así como la pobreza debe ser entendida no solo como la falta de recursos económicos (y no solo económicos, también culturales, disponibilidad de tiempo, espacio, ocio, libertad, derechos políticos, etc.) ni como el acceso a estos recursos, sino también a la incapacidad de administrarlos y al consumo que de ellos se realiza. Entonces pobreza no es solo no poder cubrir necesidades materiales, sino que también resultan cruciales las necesidades inmateriales y afectivas.
Pérez (2003) menciona que las mujeres tienen menos acceso a los recursos que se obtienen en el mercado debido a la desventaja con la que corren en relación a los hombres en cuanto a ingresos provenientes de trabajos remunerados, así como también en participación laboral. Para el caso chileno, según el Ministerio de Desarrollo Social (2013a), la tasa de participación laboral de las mujeres es de un 31,8% para los hogares pobres y de un 47,5% para los hogares por encima de la línea de la pobreza.
Se debe tener presente que son las mujeres quienes generan importantes cantidades de recursos económicos, ya que existen otro tipo de formas de generarlos a través de trabajo no remunerado, principalmente trabajos domésticos y de cuidados que son los que acondicionan en todo momento al sistema económico, garantizando la reproducción social, es decir, la supervivencia de la sociedad. Sin embargo, como se mencionó anteriormente son quienes tienen mayores trabas para poder adquirirlos, claro es el ejemplo al momento de observar los datos de la participación laboral de las mujeres mostrados recientemente y aún más si estas se encuentran en situación de pobreza.
De esta forma se puede ver como se instala una feminización de la pobreza –este término se refiere a que los nuevos pobres mayoritariamente son mujeres, entendiendo como nuevos pobres a aquellos que a pesar de tener un empleo o subsidio o algún tipo de ingreso, no les alcanza para poder satisfacer sus necesidades. Por lo tanto, este fenómeno no es un hecho aislado, sino el arrebato de una estructura socioeconómica que gira en torno a la generación de ingresos y la acumulación de capital en vez de atender a la satisfacción de necesidades humanas y entregar bienestar, es en esta estructura donde las mujeres tienen encargado el rol de mantener la reproducción social a costa de su trabajo no remunerado.
LOS NÚMEROS PARA CHILE
Este año ha sido publicada por el Ministerio de Desarrollo Social (2013b) la nueva encuesta de caracterización socioeconómica nacional (CASEN) 2013. Esta mide la pobreza por ingresos –utilizada comúnmente en Chile- y la pobreza multidimensional, que es aquella donde se reconoce el bienestar, las necesidades y la situación de pobreza de los chilenos y chilenas. Es así como esta nueva metodología considera las carencias en las dimensiones de: Educación, Trabajo y seguridad social, Salud y Vivienda.
Hoy en Chile, según el Ministerio de Desarrollo Social (2013b), el 14,4% de los chilenos se encuentra en una situación de pobreza por ingresos, un 20,4% se encuentra en situación de pobreza multidimensional (por lo menos presenta carencias en uno de las cuatro dimensiones presentadas anteriormente) y un 5,5% de los chilenos se encuentra en situación de pobreza por ingresos y multidimensional.
Para hacerse una idea, esta nueva metodología indica que el umbral de pobreza extrema es de $240.874 para un hogar de cuatro miembros, valor cercano al salario mínimo que hoy en día tenemos. Con respecto a la línea de la pobreza para un hogar de cuatro miembros este umbral es de $361.310. Sobre el nivel de pobreza multidimensional, ésta ha disminuido de un 27,5% a un 20,4% desde el 2009 hasta el año 2013. Esta nueva metodología permite visibilizar la situación de pobreza de muchos chilenos que la medición por ingresos no considera y también permite enfocar las políticas públicas a la superación de las diferentes formas de precariedad que los hogares presentan.
Resulta importante observar que según el Ministerio de Desarrollo Social (2013c) la medición de pobreza por ingresos según el sexo del jefe/a de hogar para el año 2013, un 15,4% están a cargo de mujeres mientras que un 11,2% se encuentra a cargo de hombres. Como muestra la Figura 1, es claro que desde el año 2006 hasta el año 2013 ha ido en disminución el porcentaje de hogares en nivel de pobreza, pero en relación a su jefatura de hogar continúa existiendo una notoria presencia de las mujeres al mando del hogar. La jefatura de hogar femenina como indica Fernández (2012) representa a aquellos hogares conformados por mujeres solas con hijos e hijas a cargo, por lo que deben asumir ese rol de sostén económico.
Figura 1:
Porcentaje de hogares en situación de pobreza por ingresos, según sexo del jefe/a de hogar (2006-2013)
figura1
Fuente: Ministerio de desarrollo social, Encuesta CASEN, años respectivos.
Mientras para el año 2013, el porcentaje de hogares en pobreza multidimensional es de un 15,8% cuando el jefe de hogar es hombre y para aquellos hogares donde la jefa de hogar es mujer, el porcentaje de hogares en situación de pobreza multidimensional es de un 16,4%. Desde el año 2009 hasta el 2013 no hay diferencias significativas en la variación del nivel de pobreza multidimensional, esto quiere decir que si el jefe de hogar es hombre o mujer no afecta en esta nueva forma de calcular la pobreza, a pesar de esto si es significativa la disminución que ha sufrido la pobreza con esta nueva metodología.
Figura 2:
Porcentaje de hogares en situación de pobreza multidimensional por sexo según el jefe/a del hogar (2009-2013).
figura2
Fuente: Ministerio de Desarrollo Social, Encuesta CASEN, años respectivos.
En el estudio de la pobreza, analizar la composición de los hogares resulta sumamente importante, debido a que es posible observar ciertas correlaciones entre dichas composiciones y la incidencia de la pobreza. La evidencia chilena indica que existe mayor probabilidad relativa de padecer situaciones de pobreza para el caso de hogares más numerosos, así como en hogares monoparentales encabezados por mujeres (Rodriguez, 2012).
Como se pudo observar para los recientes datos, en Chile existe una clara feminización de la pobreza, principalmente en la medición de pobreza por ingresos ya que a pesar de que ésta disminuye notoriamente desde el 2006 sigue habiendo una clara presencia de las mujeres a cargo de los hogares. Algunas posibles razón de porque esto ocurre podrían explicarse a través de situaciones como la migración laboral forzada que deben sufrir los hombres en ciertas regiones del país, la falta de matrimonio formal, entre otras, lo cual puede llegar a indicar que la pobreza es una causa de la composición de hogares con jefaturas femeninas. Pero también se puede decir que la jefatura femenina intensifica la pobreza debido a la discriminación que sufren las mujeres dentro del mercado laboral, a que se pierde la oportunidad de tener dos ingresos en el hogar y no poder contar con la dotación de trabajo no remunerado que habitualmente realizan las esposas y que permite una conciliación entre la vida familiar y laboral.
En síntesis, cuando se observan los datos sobre pobreza multidimensional se aprecia que esta tiene una tendencia decreciente similar a la que ha tenido a lo largo del tiempo la medición tradicional de pobreza, pero si hay algo que realmente llama la atención es que para la medición multidimensional no es relevante si el jefe de hogar es hombre o mujer. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la pobreza, como toda manifestación social, está atravesada por relaciones de género que afectan de manera diferente tanto a hombres como a mujeres, y esto y a su vez a la intensidad de la pobreza, la vulnerabilidad de caer en situación de pobreza como también en lo que se refiere a implicancia de la pobreza en la vida diaria de las personas, y principalmente las actitudes y acciones de éstas para la superación de la pobreza.
POLITICAS ENFOCADAS A LA POBREZA
Actualmente las políticas sociales en Chile tienen por principal objetivo entregar apoyo a las familias para que puedan incrementar sus ingresos, así como también intentar aliviar las dificultades que puedan sufrir las personas en situación de pobreza. Estas pueden ir orientadas al largo plazo, ya sea con políticas educacionales que buscan aumentar el acceso y la calidad de la educación en sus distintos niveles, el ingreso ético familiar y las políticas que buscan aumentar la creación de empleos, así como también en el corto plazo intentado reducir el efecto negativo de circunstancias desfavorables –como shocks negativos o mayores gastos estacionales- y poder ser una ayuda económica mínima para las familias de bajos ingresos. Esto quiere decir que son políticas públicas con un enfoque productivista, es decir, orientadas en la formación de capital humano, donde el estado interviene en aquellas áreas que el mercado no resuelve. Algunas de estas políticas mencionadas son la Asignación Familiar y Maternal, el Subsidio de Agua Potable y el Subsidio Familiar.
Desde el enfoque de la economía feminista, este problema de la pobreza feminizada es parte de algo mucho más profundo, que para el caso chileno está relacionado con un problema cultural de la sociedad misma. En ese sentido, el trabajo no remunerado de las mujeres no ha sido considerado por las políticas, solo se ha tomado en cuenta como un factor que se encuentra presente y asociado a un sentido altruista y casi como parte de la naturaleza femenina.
A modo de ejemplo, el Programa Mujer Trabajadora y Jefa de Hogar del SERNAM busca apoyar la inserción laboral de las mujeres. Algunas de las herramientas que entrega este programa son el apoyo al emprendimiento, talleres de habilidad laboral, alfabetización digital, entre otros y las cuales se les entrega principalmente a trabajadoras jefas de hogar y trabajadoras no jefas de hogar. A pesar de que hay intentos de parte del gobierno de elaborar políticas con perspectiva de género, como la intención de crear un Sistema Nacional de Cuidado [1], y también en el área laboral, incentivando a las mujeres a participar en el mercado del trabajo, no es suficiente ya que este intento es solo eso, intentar que las mujeres sean más en el mercado del trabajo y no busca cambiar las relaciones de poder -en este caso patriarcales- ni mucho menos intentar valorizar el trabajo no remunerado en el hogar.
La importancia de ir más allá en las políticas públicas radica, como señala Guzmán (2010), en que “el género no se va a incluir por una norma sola, se va a incluir cuando los principales gestores de las políticas, que son funcionarios, hayan legitimado la problemática de la situación y tengan la voluntad y el compromiso de cambiarla.”, esto quiere decir, que exista una transversalización de género. Es por esto que la tarea de la economía crítica es aportar en recomponer esta situación, que su permanencia en el tiempo no signifique asumirlo como algo natural, de lo contrario, cualquier intento será estéril si no parte de un cambio profundo en nuestra sociedad.
La solución a la pobreza no puede venir de mejorar la inserción de determinados grupos en el mercado laboral, entre ellos las mujeres, sino que es el actual sistema socioeconómico que debe tener un cambio profundo en sus estructuras básicas de funcionamiento partiendo por implementar políticas públicas más profundas y con orientación de género, ya que su principal matriz de funcionamiento son las relaciones de poder patriarcales. Por lo tanto, es necesario atacar el problema por una parte como se ha venido haciendo, modificando las causas económicas generadoras del problema, así como también modificar los factores sociales que atañen a las mujeres: favorecer su empoderamiento, su participación política y también su acceso a los recursos, entre otros. Un ejemplo preciso de cómo poder atacar este problema es articulando medidas educativas de tal forma que rompan con las relaciones negativas de género, así como también mejorar los procesos educativos de manera que se orienten hacia la igualdad y donde en estos, las mujeres sean sujetos y protagonistas. Para poder elaborar este trabajo sería necesario trabajar sobre los planes de estudio para que las niñas puedan decidir con más libertad en su futuro, rompiendo así, los paradigmas de género.
Roberto Cárdenas Retamal
Estudios Nueva Economía